Helmut en una manifestación en La Moneda, junto a la Comisión Etica Contra la Tortura.
entrevista de LUCIA SEPULVEDA RUIZ para revista Punto Final, Nº 547, año 2003.
El pastor luterano miró fijamente al presidente Lagos con su único ojo vidente -justamente el izquierdo- y le dijo que la memoria no aguanta un punto final ni un borrón y cuenta nueva y que él, como alemán, lo ha comprobado. Hay diferencias cuantitativas, agregó, entre lo que pasó en Chile y en Alemania, hace 53 años. Pero podemos comparar la forma de manejar nuestras herencias.
En La Moneda, Helmut Frenz se sentó entre una sobreviviente, Juana Aguilera, y la doctora que atiende a torturados, Paz Rojas.
EL pastor luterano Helmut Frenz y la trabajadora social belga Françoise Visée, destacados defensores de los derechos humanos del pueblo chileno.
En diagonal, se encontraban el ex embajador noruego Frode Nilsen y otro sobreviviente, Ricardo Froedden, dirigente de la Comisión Etica Contra la Tortura. Frenz y Nilsen vivieron los efectos del golpe militar en Chile socorriendo a muchos perseguidos.
El diplomático noruego recordó su trabajo en favor de los condenados a muerte y presos políticos a lo largo de once años, y afirmó que sus “clientes” de entonces, hoy retornados -a quienes visita todos los años- no están bien. El presidente respondió que incorporaría el tema de la tortura a las propuestas que dará a conocer y creará una comisión para acotar ese universo, tarea que encomendó al subsecretario del Interior, presente en la entrevista en el palacio de La Moneda.
El obispo luterano Helmut Frenz, co-fundador del Comité Pro Paz, retorna por segunda vez a Chile luego de su expulsión por la dictadura en 1975. Sus palabras, cargadas de verdad, han venido a romper un silencio de trece años sobre un crimen de la dictadura ignorado por el Informe Rettig y la Concertación.
Antes, Helmut Frenz había asistido a la asunción de Aylwin. Ahora integró, junto al ex embajador Frode Nilsen, el cantautor uruguayo Daniel Viglietti, la trabajadora social belga Françoise Visée, el director de teatro chileno-sueco Igor Cantillana y los argentinos Margarita Jarque y Félix Crous, una delegación de personalidades invitadas por la Comisión Etica Contra la Tortura para respaldar su demanda de crear una Comisión de Verdad, Justicia y Reparación. Françoise Visée manifestó al presidente Lagos que para que haya real democracia en Chile, es necesario que todos los chilenos puedan retornar. Igor Cantillana comprometió el apoyo de los chilenos que están insertos en la sociedad europea, para conseguir recursos para la reparación integral.
El programa de la delegación incluyó diversos diálogos y un seminario con organizaciones sociales en Santiago y Valparaíso; entrevistas con Hortensia Bussi viuda de Allende, Isabel Allende y parlamentarios; un recorrido por el Parque por la Paz, y una velatón en la ex casa de torturas de José Domingo Cañas. Con la colocación de una placa recordatoria en la que fue sede del Comité Pro Paz y un acto de homenaje a la solidaridad internacional en el edificio Diego Portales, concluyó el nutrido programa desarrollado por los visitantes. Las canciones de Viglietti -cuya privilegiada voz no ha perdido fuerza- agregaron emoción y esperanza a los testimonios de los visitantes.
OBISPO LUCHADOR
Sencillo, delgado, de paso rápido y aspecto engañosamente frágil, Frenz tiene respuestas directas para todo. Pero confiesa no saber qué decir cuando una madre lo abraza en la calle, agradeciéndole haber salvado la vida de su hijo. Se mantuvo impertérrito -como toda la delegación- aguantando el telúrico saludo recibido en la calle Guardia Vieja, la antigua residencia del presidente Allende. El temblor grado 6 que -dicen- se sintió hasta en Buenos Aires, ocurrió segundos después que Isabel Allende, presidenta de la Cámara de Diputados, aludiera al remezón de emociones que estas visitas le generaban.
En el Parque por la Paz, luego de salir del lugar de tortura conocido como “La torre”, Helmut Frenz exclamó con voz ahogada: “No dejen de luchar, no dejen de luchar”. En el edificio Diego Portales su figura crecía al recordar que allí mismo oyó a Pinochet justificar la tortura. Visitó a los presos políticos y recibió el homenaje de la Comisión Chilena de DD.HH.
En Hamburgo, su lugar de residencia, rema todos los días en el lago. Y se preocupa de los refugiados. Es miembro del movimiento Cristianos por el Socialismo. Tiene nueve hijos (dos de ellos penquistas), nietos de los que habla con ternura, y dos matrimonios. Punto Final logró sustraerlo de la intensa actividad que se impuso en Chile, en la que también solidarizó con el pueblo mapuche.
¿Por qué dice que tiene un corazón chileno con pasaporte alemán?
“Mis lazos con Chile se construyeron en Concepción, en el campamento Lenin. (La dictadura rebautizó Población Diego Portales a esa toma de terrenos en el sector de Hualpencillo). El 8 de mayo del 70, un día de frío y lluvia, murieron dos niños y vi que había que hacer algo. Ese fue el punto de cambio de mi nacionalidad. Tuve que tomar una posición. Mi trabajo era partidista, porque tomó el partido de los que tuvieron que luchar hasta la elección de Allende. Yo nunca había leído siquiera el Manifiesto Comunista. Pero sí el Nuevo Testamento y el ejemplo del Buen Samaritano”.
En la entrevista que sostuvo la delegación internacional de personalidades de derechos humanos con los diputados Juan Bustos y María Antonieta Saa y el senador Viera-Gallo, Frenz partió afirmando: “Debo admitir que estando tan lejos me faltan herramientas de análisis de la situación actual. Debo confiar en mis ojos, y admitir que no soy miembro de un partido político pero sí del partido más grande, el partido de los pobres, de los oprimidos, los torturados y los que padecen las consecuencias de una situación injusta. En Chile me he encontrado con los miembros de mi partido. Admito que estoy informado unilateralmente”.
¿Sigue siendo un hombre de iglesia?
“Para mí es importante decirle que sí, porque normalmente el público no se da cuenta que yo, en primer lugar, soy un cristiano. Mis argumentos se basan en la Biblia. El cristiano no puede ser apolítico porque el Evangelio también es muy político. Por supuesto, no quiero ser considerado un politiquero. Mi base es otra”.
(Antes de develar la placa recordatoria del Comité Pro Paz, el pastor luterano leyó un texto del profeta Isaías, el himno del Siervo de Dios, y rememoró a los obispos que han tenido la valentía de vivir con los pobres, como lo hizo monseñor Oscar Romero, de El Salvador).
LIBERADO POR
EL EJERCITO ROJO
¿Fue su familia determinante en su formación?
“Yo nací en el este de Alemania, en una ciudad que hoy forma parte de Polonia. Mi padre era empleado público y mi madre dueña de casa. Ellos pertenecían al partido nazi. Durante la guerra vivíamos en Berlín. A los diez años yo perdí el ojo derecho en un bombardeo. Mi hermano mayor estudiaba en un colegio de élite cuyo director era el propio Adolfo Hitler. A los once años, en febrero del 45, yo iba a entrar al colegio Napola, de las élites fascistas de nivel medio. Por suerte en mayo entraron en Berlín las tropas soviéticas. El Ejército Rojo me liberó de un porvenir horrible. Sin embargo, mis padres siguieron pensando lo mismo, como la mayoría de los alemanes de su generación. Nunca pude discutir el pasado con ellos, siempre se negaron. Decían ‘en la familia, nada de pasado’. Todo eso tuvo mucha influencia en mi destino.
En la enseñanza secundaria mis profesores eran en su mayoría ex nazis. Pero había un profesor de historia que pasó tres años en un campo de concentración. Lo queríamos mucho. Cuando estudié teología en la Universidad de Bonn, mis profesores eran teólogos famosos de la Iglesia Confesante, ya que en tiempos de los nazis la iglesia se dividió en dos facciones, la iglesia de ultraderecha y la de Izquierda, que era la Confesante, que trabajaba en la clandestinidad. Escondía judíos y comunistas. Esa fue mi suerte”.
EN EL GHETTO ALEMAN
¿Por qué vino a Chile?
“Mi esposa y yo dejamos Alemania porque habíamos oído hablar de los problemas del Tercer Mundo. Escogimos Chile por nuestros cuatro niños, porque en Argentina, Brasil o Paraguay tendríamos que haber ido a parroquias rurales y no queríamos mandarlos a escuelas lejanas. Fui destinado a Concepción, a la Deutsche Evangelische Kirche. Mi antecesor había desempeñado el cargo 35 años y era miembro del partido fascista dentro de la colonia alemana. Recibí de él una herencia muy pesada.
Todo el culto se hacía en alemán. Sólo sabíamos latín y nada de castellano. Me di cuenta que había llegado a un lugar que no tenía nada de Tercer Mundo: era el ghetto alemán. Era muy chocante, en el centro estaban sus negocios... Una vez me tocó una ceremonia nupcial. El templo estaba repleto, hacía mucho calor. Mientras leía el sermón vi avanzar a mi perro salchicha que mordió la cola del vestido de la novia. Terminé de leer muy rápido y fui a sacar a mi perro. Las mujeres se pusieron a gritar... Después de eso, me tomé seis meses para aprender español en la escuela de teología en Buenos Aires. A partir de mi regreso la misa se hizo en castellano. Así empezó a llegar otro tipo de gente a la parroquia y eso generó un choque en la asamblea general. Había una madre que decía que enseñar el Padre Nuestro en castellano era echarle perlas a los puercos. Así fue como salí del ghetto”.
¿Cómo llegó a ser la máxima autoridad en su iglesia?
“La iglesia luterana recién comenzaba a ser autónoma, y era primera vez que el sínodo elegía obispo. Yo era el teólogo y experto dentro de la iglesia. Ya me decían ‘pastor rojo’, por el campamento Lenin. En el campamento se requería atención de médicos; entonces hablé con el MIR, porque la Facultad de Medicina estaba en sus manos. Conocí a Miguel Enríquez, también a Pascal Allende.
El sínodo de la iglesia luterana fue un mes después de la elección del presidente Allende. Todos sabían el rumbo que tomaría Chile. Eramos tres candidatos. Yo era el más joven y era considerado izquierdista. Gané en la tercera vuelta. Nadie tuvo explicación para eso, yo tampoco. Cuando estoy muy ‘piadoso’ pienso que fue obra del Espíritu Santo. O quizás pensaron que si Chile iba a tener un presidente rojo, la iglesia debía tener un obispo igual”.
EXPERIENCIA EN DICTADURA
¿Cuál ha sido el momento más decisivo en su vida?
“Lo que más me ha golpeado en la vida fue mi expulsión de Chile. A mí no me interesaba hacer carrera en la iglesia ni en política. Se habían publicado en los diarios unas 600 firmas de feligreses solicitando que me fuera. Por eso, un periodista le preguntó a Pinochet cuándo me iba a expulsar, y él dijo: ‘Nosotros no nos mezclamos con las cosas de la iglesia’. Y yo le creí. Decidí ir a Ginebra a dejar mi informe. Ya tenía una nueva familia cristiana con un grupo de sacerdotes, monjas y laicos. El decreto de expulsión lo firmó el general César Benavides, entonces ministro del Interior. Willy Brandt, ministro de Relaciones Exteriores de Alemania, y el senador Edward Kennedy, de Estados Unidos, intervinieron. Pero fue inútil. En Alemania fui nombrado secretario ejecutivo de Amnistía Internacional. Los abogados José Zalaquett y Hernán Montealegre, expulsados después, también estaban en Amnistía en Londres. Pudimos hacer más denuncias sobre Chile que antes...”
¿Cómo trataban a los refugiados en Chile, en tiempos de la Unidad Popular?
“Chile era una isla de libertad. Llegaron miles de refugiados, más que nada brasileños y uruguayos, 35 mil en total. La iglesia luterana era una iglesia rica y con proyectos de desarrollo para el Tercer Mundo. El presidente Allende convocó a las iglesias exponiendo el problema y nos hicimos cargo. En Concepción había avanzado el ecumenismo. En el Movimiento Familiar Cristiano yo participaba como teólogo invitado. Hacíamos también cultos ecuménicos en la Parroquia Universitaria con el padre Perico (Pedro Villagra), mi amigo. Allende al asumir dijo ‘yo no soy presidente sólo de los católicos sino de los evangélicos también’. Por eso, el 71 se hizo el primer Tédeum Ecuménico.
El 73 fundamos la Comisión Nacional de Ayuda a los Refugiados y después, el Comité de Defensa de los DD.HH. Pero el gobierno dijo que se encargaría de la defensa de los derechos humanos, y nos bautizó como Comité de Cooperación para la Paz en Chile. Fue disuelto a fines del 75, después de mi expulsión. Yo tenía un papel importante por ser enlace con la ayuda europea.
Mis feligreses me atacaron. Bruno Siebert, jefe de la Dina Metropolitana era miembro de mi congregación. Yo les decía: ‘escuchen el ejemplo del buen samaritano. Debemos ayudar’. Así comenzó, así llegué a ser ‘obispo rojo’.
Fui miembro del Movimiento Cristianos por el Socialismo, que en Alemania existe aún. Me di cuenta que la política de Salvador Allende tenía muchos aspectos humanos. ¿Por qué nadie se atreve a mencionar a Allende hoy? Yo lucho contra ese gran olvido. ¿Por qué hubo tantos miles de asesinados y torturados, desaparecidos y ejecutados? Porque trataron de realizar el sueño de una sociedad donde cada niño recibiera su medio litro de leche diario, donde todos tuvieran acceso al sistema de salud y una educación adecuada... Todos estos días he dicho que no se puede matar la memoria.
El Comité Pro Paz estaba en calle Santa Mónica, éramos más o menos doscientas personas, encargadas de documentación, área jurídica, salud y áreas clandestinas y subversivas, también. Cada sacerdote y monja tenía gente escondida que había que hacer entrar en las embajadas. Era fácil con México, Argentina, Costa Rica, Italia. Había dos embajadas cerradas, la Nunciatura y la de Alemania.
La alemana requería autorización de Willy Brandt, que finalmente la dio. A la Nunciatura entramos desde una casa vecina. Muchos de los refugiados, mujeres y hombres, habían estado presos y fueron víctimas de la tortura. Así me enteré del problema de la tortura”.
¿Qué actividades ha desarrollado desde su expulsión de Chile?
“Estuve diez años como secretario general de la sede de Amnistía Internacional en Bonn. Luego regresé a la iglesia, como pastor de una parroquia en Hamburgo. Los últimos cinco años fui comisionado de la iglesia para los refugiados. Me jubilaron el 31 de enero de 1998. En la fiesta de despedida, justo el 30, recibí una llamada de Joan Garcés por el juicio del padre Antonio Llidó. Me fui a declarar a Madrid”.
¿Qué sintió cuando arrestaron a Pinochet en Londres?
“Fue un momento de satisfacción. A nivel jurídico, tener a ese carajo bajo arresto domiciliario en Londres era lo máximo; está considerado a nivel internacional como el carnicero de los Andes. Declaré que con el obispo católico Fernando Ariztía le mostramos a Pinochet una foto del padre Llidó, y él nos dijo que no era cura, sino terrorista y que a comunistas y miristas había que torturarlos, para que ‘cantaran’. Ese testimonio fue muy importante porque el gobierno español estaba en contra de ese juicio, pero no pudo negarse porque Llidó era español”.
VOCERO DE LOS REFUGIADOS
¿Qué actividades desempeña ahora?
“Llevo cuatro años como director del Departamento de Refugiados del estado federal de Schleswig Holstein. Un año después de mi jubilación, el presidente del Parlamento del Estado me ofreció ese cargo. Buscaban alguien con autoridad, experiencia y que no requiriera sueldo. Yo acepté siempre que no significara trabajar dentro del nivel ejecutivo y que pudiera ser vocero de los refugiados y no del gobierno. Como director trabajo en forma independiente. Soy abogado de los extranjeros, sólo sujeto a la ley y a mi conciencia”.
¿Cuál es su diagnóstico de la situación chilena?
“Me temo que el próximo gobierno será de la UDI. Estamos viviendo momentos cruciales. Han entrado a la discusión sobre una solución para el conflicto de los derechos humanos. Pero no se puede poner punto final a la historia. La historia es como un río, se construye una represa pero no es el final. Después las aguas van a seguir…
Hay que escuchar la verdad en las voces de las víctimas y no en el Parlamento. La justicia se basa en leyes. Se habla de justicia con clemencia. ¿Qué es eso? Justicia con generosidad, tampoco. ¡Cuidado con ponerle adjetivos a la palabra justicia! Siempre va a limitarla. Comprendo que las víctimas del terrorismo de Estado digan ‘no estamos en venta’. Por cierto, también es necesario dar una reparación material. Pero es un solo paso, y se necesitan muchos pasos. La justicia actual está basada en leyes promulgadas por la dictadura. Deben terminar estas leyes de impunidad. Por eso suscribo las exigencias y demandas de la Comisión Etica Contra la Tortura. Y apoyo la instalación de una Comisión de Verdad, Justicia y Reparación integral”
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