jueves, diciembre 28, 2006

Mujeres en Rojo y Negro: Arinda, Soledad y Cristina

Ayer miércoles Tamara Vidaurrázaga lanzó su libro "Mujeres en Rojo y Negro. Reconstrucción de la memoria de tres mujeres miristas" (Ediciones Escaparate) en el museo Benjamín Vicuña Mackenna, a tablero vuelto, con mucho mirismo pero también con mujeres jóvenes de la Coordinadora de Feministas Jóvenes que Tamara integra. El libro es la tesis con que aprobó su magister en género. Las mujeres rojinegras son Arinda Ojeda, Cristina Chacaltana y Soledad Aránguiz, la madre de la autora.

Intuyo que esta obra se va a constituir en un referente obligado para el conocimiento de la historia de las mujeres en el período 71-90. Es doblemente notable, porque se trata de un libro que contiene dos partes que pueden funcionar independientemente una de otra. La primera parte, los relatos de vida tiene –valga la redundancia- vida propia. Esos relatos constituyen por sí solos una narración de ritmo cinematográfico por la calidad de sus detalles, de las luces y sombras, de la historia viva de tres mujeres miristas “retornadas”, reflexionada y reconstruida por ellas mismas desde el inicio de su militancia hasta la salida de la cárcel, pasando por exilios, amores, maternidad, y lucha. Y la segunda parte de la obra es la elaboración y el análisis de esas historias, profundizando la clave feminista con que se han desarrollado estos relatos de vida y explicitando los conceptos utilizados para construir y reconstruir estas historias.
Yo empecé por esta segunda parte –la tesis- que devoré como una novela, en un café en que no me di cuenta cómo pasaban las horas, por lo bien escrita que está y la emoción que fluye del texto.
Pero me referiré primero a la película (así la vi, como un guión) sobre las vidas de Arinda, Soledad y Cristina, para congratularme de que Tamara posibilitara la reconstrucción de fragmentos y trozos de nuestra propia historia como pueblo, y como mujeres chilenas a través de esta obra. En un país amnésico como Chile, tiene un tremendo valor que esta memoria oral de nuestras congéneres se registre y pueda atesorarse, consultarse, discutirse y cotejarse con otras que vendrán.
Uno de los objetivos que Tamara se propuso era “establecer un puente generacional entre las mujeres del grupo etáreo de Tamara y aquel al que pertenecen las 3 miristas…y un nexo entre los relatos expuestos y mujeres ajenas a las experiencias relatadas.” También se planteó - al presentar la historia de estas combatientes miristas que vivieron grandes dolores y pérdidas personales -“aportar a la desvictimización de ellas, ubicarlas como sujetas activas que determinaron el acontecer de sus vidas y se asumieron como protagonistas de un trozo de la historia de Chile”.
Como integrante de la misma generación de Soledad, Arinda y Cristina, he transitado con emoción e interés por ese “puente” tendido por Tamara, pero también con alguna sorpresa ante planteamientos para mí novedosos que revelan que la clandestinidad mirista tuvo muy variados perfiles y características.
En la segunda parte de la obra, la autora desarrolla su tesis a partir del sistema Sexo-Género, sistematizando los conceptos “maternidades en resistencia” y “empoderamiento feminista”, ambos en tensiones de identidad que son ilustradas por las experiencias vividas por cada una de ellas, antes y después de su paso por el exilio y su vivencia del feminismo en Europa. Muestra un cuadro en el cual si bien la militancia en el MIR posibilitó las transgresiones al modelo de mujer establecido por el sistema dominante, a la vez reprodujo en su interior las características del sistema.
Al respecto, quisiera reiterar que en mi opinión no es posible, y entiendo que tampoco es la idea de la autora, generalizar las experiencias de las mujeres miristas, pues la clandestinidad, la compartimentación establecida, y las características de la lucha para quienes no vivieron el exilio, se unen para que cada historia sea diferente.
Luego de leer esta obra, he conversado con otras compañeras (y conmigo misma) que también fueron combatientes y vivieron su maternidad en resistencia. Sus percepciones respecto de cómo el MIR asumió la militancia de las mujeres son diferentes a las expuestas por Tamara. Ni ellas ni yo, vieron al interior de esta organización en Chile, planteamientos o prácticas sistemáticas que pusieran en tensión la militancia respecto de la condición de mujer, y por el contrario observaron que se respetaba y trataba de promover a las compañeras que se destacaban, a tareas de dirección.
Es indiscutible que en el Comité Central había pocas mujeres (en los años 80, había apenas 4 dirigentes CC mujeres en Chile) pero era difícil que en el MIR en esa etapa se hubiera reflejado una equidad que no existía en ningún sector de la sociedad. También es innegable que los problemas de género nunca se discutieron políticamente a nivel colectivo, y se zanjaron según los criterios y desarrollo de la madurez personal de los y las militantes involucrados. Sin embargo lo central es que desde el comienzo, en todas las tareas políticas y militares del MIR hubo mujeres, y su rol fue de gran importancia y fue rescatado siempre. Entre las que cayeron, están dirigentes políticas como Lumi Videla, jefes o dirigentes de estructuras estudiantiles, sindicales o territoriales como María Isabel Joui, María Galindo, María Eugenia Martínez o María Teresa Bustillo; jefes o integrantes de grupos milicianos como Arcadia Flores o Paulina Aguirre, Araceli Romo o Loreto Castillo; o enlaces y ayudantes de compañeros de dirección y encargadas de redes de información e infraestructura como María Inés Alvarado, Mónica Llanca, Cecilia Castro, Diana Arón, Lucía Vergara o Jane Vanini. Otras mujeres como Blanca Rengifo, brillaron en tareas de derechos humanos, entre muchas otras miristas notables. Menciono a compañeras caídas porque son las historias que hoy son un poco más conocidas y que he intentado pesquisar, por ejemplo, investigando sobre las 19 compañeras incluidas en la Lista de los 119.
Muchas miristas encontraron sus propias formas de vivir –y algunas, de sobrevivir- la maternidad en resistencia y de responder a la destrucción de sus mundos privados anteriores al golpe de Estado. La infinita mayoría de estas historias de combatientes de la Resistencia que sobrevivieron, están todavía en su “cuarto propio”, no se han volcado al colectivo ni se han sistematizado.
Por cierto, ellas tienen en común con las tres mujeres de esta historia, su transgresora opción por el uso de todas las formas de lucha, su amor por el pueblo, y en muchos casos, también su autonomía política respecto de sus parejas y su contribución a la humanización y embellecimiento de los espacios de la vida en resistencia. Ellas encontraron parejas miristas (compañeros, decíamos antes) que las apoyaron en su militancia y que incluso cumplieron roles subordinados a ellas, en muchas oportunidades. De todo esto puedo dar fe personalmente, además.
También tienen en común con Soledad, Arinda y Cristina, la ilusión de la victoria final como compensación a tanto dolor vivido, y su rechazo a ser catalogadas como víctimas, por sentirse protagonistas de la historia.

Espero que las vidas de este trío potente de mujeres guerrilleras rojinegras, alienten la recuperación de la historia oral de muchas otras combatientes anónimas para seguir democratizando la historia y visibilizando la contribución de las mujeres a ella. Y también espero que estas vidas se enlacen con las historias en curso de mujeres de las nuevas generaciones que hoy tienen más conciencia de su poder, y que en parte gracias a esas luchas, se paran hoy de una forma distinta ante la sociedad. Gracias Arinda, Soledad y Cristina por haberse “empoderado” y atrevido a contar su historia. Gracias, Tamara por plantearles ese desafío y llevarlo a buen término.

Desde la cárcel, Soledad le habla a Tamara. "Tienes once años/ y tanto has vivido/muñeca voladora/Quería una cuna de rosas/y un país libre para ti/Quería que respiraras libertad/y todavía falta mi pequeña/Pero ahora ya no será una cuna de rosas/sino un país de rosas rojas/que nos anunciarán la llegada de la victoria/Palabra de mamá." Tamara dijo ayer que no todo es derrota, que una parte de los sueños de estas mujeres y de sus luchas cristalizó en logros que le permiten pararse en el mundo como mujer de otra manera, y desde su militancia feminista seguir adelante en su propio camino.
Al terminar el acto, abrazándola como a una hija, le entregué una bolsita transparente, de tul, con pétalos de las rosas lila que cultivo en el el jardín de mi casa. Tienen un aroma que no se va. Y el lila es un color del feminismo y de la sanación.

1 comentario:

Pacita dijo...

Lucia : Quiero darte un abrazo por este nuevo ser que llega a tu vida y un beso especial para Eva María .
Miles de cariños
Pacita