Una fuente circular con agua muy clara, y rodeándola, los rosales, las rosas (rojas, amarillas, rosadas, blancas…) el amor, la memoria, los familiares, los amigos…
Rosas para María Galindo, para Gabriela, para Mireya y una treintena de mujeres chilenas desaparecidas o ejecutadas luego de su paso por la Villa Grimaldi..
Amo las rosas y cuando Michele Drouilly inició el proyecto de recuperar el rosedal de la ex Grimaldi, ese perfume a rosas del que hablan los testimonios de las torturadas como algo que las alejaba del horror. Me pareció excelente y pensé de inmediato en María Galindo, la compañera mirista y cristiana con quien trabajé políticamente hasta su desaparición en 1976. María había sido dirigente de la JOC, y había llegado a Santiago desde Coronel. Se había ido a “machetear” (conseguir plata) a esa ciudad y cuando no regresó ni apareció a los encuentros que habíamos fijado, al principio pensamos que se había quedado un tiempo más allá. María trabajaba también con el Yeti (Jaime Riquelme, también caído en dictadura posteriormente) en tareas sindicales, tratando de recomponer la CUT o una organización que cumpliera esas funciones. Una amiga le decía “la Gordita” pero no lo era en realidad, sólo era bajita, de rasgos dulces y tez clara, creo que de ojos verdes. No la conocí mucho en términos personales, en esos tiempos no se podía intercambiar información personal, pero sí pude apreciar su coraje y fortaleza en momentos que eso no sobraba. María era alegre y sentimental y vivía con ilusión intentos de búsqueda de pareja que no fructificaban. Tenía 26 años cuando desapareció. Apadrinar un rosal para ella en el hoy Parque por la Paz, ex Villa Grimaldi es algo que me dio alegría pues sé que María lo apreciaría. Mi otro rosal era para Gabriela Arredondo, lo apadriné cuando me dijeron que nadie parecía conocerla ni saber nada personal de ella, yo sabía poco, pero como ella –del Pedagógico y Bellas Artes- fue amiga del Pelao Carmona, la recordaba con su abrigo chilote, sus botas y su hermoso pelo negro y me dio mucha pena que dijeran que no había ni siquiera una foto disponible de ella. Pero en el acto en la villa este sábado 10 de marzo, conocí a María Cristina Miranda que fue compañera de Gabriela en el Bellas Artes o en Artes Plásticas, ella vive en Berlín ahora, y me habló también de Alma Fuentes, que era más amiga de Gabriela y puede contarnos más sobre ella. También quería colocar el cartel frente al rosal que recuerda a Mireya Pérez Vargas, porque su mamá Otilia y su hermana Paty, mis amigas queridas, no estaban en condiciones de ir, y estuve allí al lado de Marisa Matamala, sobreviviente, que lo hizo a pedido de Michele.
Detrás de nosotros, los canelos nos miraban aprobando. Los árboles de la villa (canelos, quillayes, álamos, araucarias y muchos otros) han crecido como queriendo llenar ese espacio de energía vital, de verde que te quiero verde, y ahora el Parque por la Paz nos acoge con abrazo vegetal, nos consuela como esa canción de Paco Ibáñez que cantó Tita Parra allí, “Palabras para Julia”, la canción que Máximo Gedda, mi amigo cineasta desaparecido cantaba cuando nos reuníamos en mi departamento de calle Cóndor.
El rosedal nos hablará siempre de ellas, no sólo a nosotros los que los quisimos y conocimos sino a muchos que aprenderán también a conocerlas aspirando primero el perfume de esas rosas rojas, amarillas, blancas.
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