Mina Antequera y Magdalena Navarrete (foto de Amenie Calderón) |
Mina es madre de Juan Carlos y Jorge Elías Andrónico Antequeras, y Magdalena, lo es de Sergio Ruiz Navarrete. Junto al colectivo 119 Familiares y Amigos, ellas han dedicado su vida a la búsqueda de justicia. Mina falleció este 31 de octubre, sin que llegara la esperada sentencia judicial . Dedicó la mitad de su vida, 45 años a buscar a sus hijos y lograr justicia. Sólo hay 67 sentencias impartidas, y no se ha recuperado ningún cuerpo de las y los 119. A ella y a todas las madres, dedico esta investigación que resalta el nefasto rol de la justicia chilena, con sentencias tardías o inexistentes. Este artículo fue publicado por primera vez por CIPER, el 21 de octubre pasado.
La Operación Colombo incluyó un elaborado montaje periodístico para ocultar
la desaparición de 119 opositores a la dictadura. Una noticia falsa publicada
en una revista argentina creada especialmente para ese fin y en un diario
brasileño que reapareció solo para difundir esa información, indicaba que las
víctimas habían sido ajusticiadas por sus compañeros. La nota fue reproducida
por Agencia UPI, La Tercera, El Mercurio y La Segunda. En este reportaje que
publica CIPER se hace un detallado recuento de los avances de la investigación
en materia de condenas. Solo 64 casos cuentan con sentencias definitivas. En
los últimos dos años la Corte Suprema apenas dictó nueve fallos. Quedan 55
casos pendientes y, de ellos, en 11 no ha habido movimiento judicial alguno.
En julio de 2020 se cumplieron 45 años de la “Operación Colombo”, la brutal
operación de fake news ideada y ejecutada
por la DINA, la policía secreta de Pinochet, para encubrir el asesinato y la
desaparición de 19 mujeres y 100 hombres, la mayoría jóvenes, todos los cuales
integraban la resistencia a la dictadura. El montaje mediático que se armó con
la lista de 119 personas -detenidas entre mayo de 1974 y febrero de 1975-
aseguraba que todos ellos habían muerto en diversos países del extranjero,
asesinados entre ellos mismos por rencillas internas. Con esa operación de
inteligencia se apuntó a enlodar a la izquierda e infundir terror a quienes
continuaban resistiendo.
Esa información falsa fue publicada en la revista
argentina “Lea” y el diario “O Dia” de Brasil,
creada la primera y hecha reaparecer la segunda especialmente para este fin, y
reproducida por la Agencia UPI. Además, esas publicaciones fueron precedidas de
una serie de artículos que daban cuenta de un supuesto avance de guerrilleros
desde Argentina hacia Chile y anuncios sobre muertes de chilenos izquierdistas
en el exterior. Era el clima necesario para hacer “creíble” la noticia de que
todos esos ciudadanos a quienes en Chile se denunciaba en tribunales como
detenidos por los servicios represivos de la dictadura, eran en realidad guerrilleros
que se asesinaban entre ellos mismos.
El 19 de julio de 1975, el diario La Tercera publicó un despacho de la UPI con el
título: “Entre ellos se eliminan los extremistas chilenos”. El
artículo mencionaba la muerte en Francia “hace unas semanas” (9 de junio 1975)
del conocido periodista Eugenio Lira Massi,
ex redactor del diario Puro Chile, quien
“sería una de las víctimas” de vendettas de la izquierda, según la
revista Lea, citada por la Agencia UPI.
Cuatro días después (23 de julio), El Mercurio publicó la primera lista parcial de
los nombres que conocemos ahora con el encabezado: “Identificados 60 miristas asesinados”. En la
bajada se leía: “Ejecutados por sus propios camaradas”.
En tanto, La Segunda, ideó un
escalofriante titular de portada que publicó el 24 de julio de 1975: “Exterminados como ratas”, lo que fue acompañado de
una nota que agregó otros 59 nombres.
La “Operación Colombo” fue,
en rigor, la antesala de la “Operación Cóndor”,
la criminal alianza de las dictaduras latinoamericanas para eliminar opositores
más allá de sus fronteras. En ese contexto fueron asesinados el general Carlos
Prats y su señora Sofía Cuthbert, en Argentina; y el ex canciller Orlando
Letelier junto a la investigadora Ronnie Moffit, en Washington (Estados
Unidos), así como los dirigentes del MIR Edgardo Enríquez y Jorge Fuentes,
entre otros militantes comunistas y del progresismo.
En cuanto a la “Operación Colombo”,
la batalla por la memoria ha restablecido la verdad histórica y hoy es claro
que fue un montaje de la DINA. Pero sigue pendiente la verdad judicial. Solo 64
de los casos cuentan con sentencias definitivas emitidas por la Corte Suprema
que, en lugar de abordar este episodio criminal como un montaje, decidió
hacerlo caso a caso para la mayoría de las víctimas involucradas. Así, selló
una práctica de justicia tardía, desigual e ineficiente.
La excepción la constituye la causa principal de
la “Operación Colombo”, un cuaderno caratulado “Francisco
Aedo y otros”, que investiga 33 secuestros y está aún detenido en la antigua
Octava Sala de la Corte de Apelaciones de Santiago. En ningún caso de los ya
fallados la justicia chilena ha reconocido que se trata de delitos perpetrados
por una organización criminal, una asociación ilícita, incluso de tipo
internacional, un agravante legal a la hora de fijar las penas.
PRESCRIPCIÓN Y SENTENCIAS TARDÍAS
En la lógica de la impunidad que ha marcado al país
desde el inicio de la transición, nunca hubo confesiones de los criminales ni
de sus cómplices que permitieran encontrar los restos de los 119 desaparecidos.
En 2009, la Corte Suprema aplicó la prescripción, absolviendo a todos los
perpetradores del secuestro y desaparición de Jacqueline Binfa (28
años, estudiante de Trabajo Social, militante del MIR).
En 2016, en el juicio por el secuestro de Rodolfo Marchant (PS, dirigente sindical de la
Empresa Nacional de Frigoríficos, Enafri), no hubo condenados. La sentencia
absolvió a Pinochet y al ex director de la DINA, Manuel Contreras, por haber
ambos fallecido. Y Marcelo Moren Brito, el único de los enjuiciados por el
secuestro de Marchant vivo en 2015, murió cuando iba a ser notificado de la
sentencia.
Entre los años 2008 – 2013, según el abogado de
DD.HH. Francisco Bustos, el 75% de las condenas en materia de Derechos Humanos
fueron penas remitidas (sin prisión efectiva), por aplicación de la media
prescripción lo que, en los hechos, significó rebajar condenas a los
criminales.
Las consecuencias de dicha impunidad se
evidenciaron masivamente a partir del estallido social, en la práctica
sistemática de la mutilación y la tortura por agentes del Estado en las
manifestaciones. Ello, sumado a la violencia político-sexual ejercida contra
mujeres, y el negacionismo oficial sobre las violaciones a los derechos
humanos, mostró la huella letal dejada por la impunidad.
Figura de Bárbara Uribe, 2005. |
ÚLTIMOS FALLOS DE LA CORTE SUPREMA
Entre julio del 2018 y julio del 2020, la Corte
Suprema solo dictó nueve fallos
relativos a la llamada “Operación Colombo”. Lo hizo respecto de los secuestros
y desapariciones de María Angélica Andreoli, María
Cristina López y Bárbara Uribe, a los que se agregan los casos
de Miguel Ángel Acuña, Arturo Barría, Bernardo de Castro, Vicente
Palominos, Edwin van Yurik y Héctor Zúñiga Tapia, cuyos perfiles
detallamos más abajo.
Como están pendientes 55 casos, a este ritmo, si tomáramos
una media generosa de cuatro sentencias por año, los juicios concluirían con
criminales absueltos por muerte y después del fallecimiento de madres y
familiares directos de los desaparecidos. Puede ocurrir que estemos ante una
espera sin fin, porque hay 11 casos en la más completa impunidad, sin
movimiento judicial alguno.
Quizás, para compensar la denegación de justicia,
en este último tramo las sentencias han sido algo más contundentes y, salvo en
el caso del profesor Barría, no validaron el truco de la prescripción en estos
delitos de lesa humanidad.
Por el secuestro y desaparición de María Cristina López, la plana mayor de la DINA,
encabezada por los ex oficiales de Ejército Pedro Espinoza, César Manríquez y
Miguel Krassnoff, fue sentenciada a 15 años; en tanto, por haber hecho
desaparecer a María Angélica Andreoli, recibieron
13 años Miguel Krassnoff, Pedro Espinoza y Raúl Iturriaga (jefe del
Departamento Exterior de la DINA). A ese trío de victimarios hay que sumarle
similar condena por los secuestros de Vicente Palominos y
de Miguel Ángel Acuña. En cambio, por los secuestros
de Bárbara Uribe y Edwin van Yurik, así
como por los de Héctor Zúñiga y Bernardo de Castro, las penas para la plana mayor de la
policía secreta de Pinochet fueron solo de 10 años de prisión; y por el
secuestro del profesor Barría, apenas 6 años y un día.
El fallo contra Krassnoff, Nelson Paz y César
Manriquez (10 años) y Ricardo Lawrence (5 años y 1 día), como responsables del
secuestro y desaparición de Bárbara Uribe,
establece que “se encuentra justificado en el proceso que
dentro de los apremios de que fue objeto, se ejerció en diversas oportunidades violencia
de índole sexual en su contra”, diferenciando
ese delito de la tortura, también mencionada. Es la primera vez que el delito
de violencia sexual se menciona en una sentencia de la Corte Suprema.
Sin embargo, en la causa de María Angélica Andreoli, quien fue violada, torturada y
hecha desaparecer después de estar prisionera en Londres 38, solo fueron
condenados a 13 años los jefes de la DINA, siendo absueltos Ricardo Lawrence
(oficial de Carabineros, jefe de los grupos “Águila” y “Caupolicán”), Risiere
del Prado y Gerardo Urrich (quien acaba de fallecer por Covid-19 en Punta
Peuco), reconocidos criminales e identificados en la causa como cómplices o
autores por el ministro en visita Hernán Crisosto.
Si bien el juez investigó acuciosamente toda la red
y la participación de todos los agentes en los delitos, la Corte Suprema adujo
que estos “no confesaron y señalan no haberla conocido” (a María Angélica Andreoli), un razonamiento
contradictorio con centenares de condenas anteriores de perpetradores, ya que
son casi inexistentes los criminales que han aceptado conocer a alguno de los
desaparecidos.
Los jueces aplican un criterio de presunción,
perfectamente legal según el sistema penal vigente para los casos de Derechos
Humanos, donde son ellos quienes dirigen las investigaciones. Los criminales
siempre declaran haber sido “analistas” o “guardias”, jamás torturadores. Esta
jurisprudencia es contraria a la aplicada por la justicia en Alemania para
centros de exterminio nazi, donde se entendió que todas las personas que allí
laboraron eran fundamentales y prestaron labores de apoyo para cumplir los
hechos que se persiguen.
María Cristina López |
TARDÍA JUSTICIA PARA 9 DE LOS 119
María Angélica Andreoli Bravo fue detenida en su casa de
calle Bilbao, el 6 de agosto de 1974, traicionada por una ex compañera
convertida en delatora (Marcia Merino). Tenía 27 años y hasta el Golpe de
Estado estudió para ser nutricionista en la Universidad de Talca. Después,
interrumpió sus estudios y entró a trabajar de secretaria en Sigdo Koppers. Fue
miembro del equipo de apoyo a la Comisión Política del MIR, y a Miguel
Enríquez, su secretario general. Los agentes la llevaron a la cárcel secreta de
la DINA ubicada en Londres 38, donde otras prisioneras escucharon su voz por
varios días, resistiendo.
María Cristina López Stewart, 21 años, estudiante de Historia
en el Pedagógico de la U. de Chile y militante del MIR, fue detenida el 22 de
septiembre de 1974, durante el operativo que desplegó la DINA para apresar a
Miguel Enríquez. La joven estudiante, de cabellos color miel y pequeña
estatura, dirigía una parte de la estructura de informaciones del MIR y durante
el gobierno de la UP le correspondió gestionar la búsqueda, recolección y
sistematización de datos relacionada con los movimientos golpistas de algunos
sectores políticos, así como de uniformados.
A sus 16 años, María Cristina escribió en su diario
de vida: “Yo no tengo miedo a la muerte. Tengo miedo a dejar de vivir”.
Estudió en el Liceo 7, donde hizo amistades entrañables. Leía, estudiaba,
escuchaba a Los Beatles y jugaba con su perrita Jenny.
Su rebeldía y su búsqueda de igualdad de derechos la llevaron a negarse a
asistir a la graduación al fin de sus estudios secundarios. ¿La razón?: algunas
de sus compañeras no podrían asistir por no poder costear el traje para la
ocasión. El juez Juan Guzmán inició en 2004 la investigación de su secuestro,
pero la sentencia final llegó sólo en 2020.
Bárbara Uribe Tamblay tenía 20 años cuando fue
detenida el 10 de julio de 1974, el mismo día que su marido, Edwin van Yurik, con quien se casó en diciembre del
’73. Estudió en los liceos 7 de Niñas y 9 de Macul y allí luchó por todas las
causas justas, egresando el ’72. Lo de Bárbara y Edwin fue amor a primera
vista: se conocieron en el local de la Federación de Estudiantes Nocturnos,
como activos miembros del FER, estructura estudiantil ligada al MIR y ella tomó
la iniciativa. Emotiva, sensible, le gustaba la música y el canto y le aburrían
las lecturas pesadas. Muy bella, le aconsejaron ser modelo, pero optó por hacer
un curso de secretariado. Ingresó al MIR tras participar en los trabajos
voluntarios en apoyo al movimiento campesino y obrero en Talca. Trabajó
políticamente en los campamentos de Nueva Habana y Lo Hermida donde se
esforzó por ayudar a los perseguidos, pero en ese último campamento conoció de
cerca al entonces dirigente poblacional Osvaldo Romo, quien después del Golpe
se reveló que era un agente de la DINA. Romo fue quien la detuvo y vejó. Ni
Romo ni Basclay Zapata, otro de sus violadores, cumplen sentencia: murieron
antes de que se emitiera el fallo. Bárbara y Edwin permanecen desaparecidos y
unidos para siempre.
Miguel Ángel Acuña, 19 años, ex dirigente del Frente
de Estudiantes Revolucionarios (FER), fue detenido el 8 de julio de 1974. Tras
ser hecho desaparecer, fue objeto de una segunda fake new. Orlando Manzo Durán, oficial de Gendarmería
(ya muerto) quien también fue agente de la DINA, utilizó bajo tortura a un
joven que tenía el mismo nombre y apellidos de Miguel Ángel y que fue detenido
en 1975 en Temuco, para hacerlo firmar un documento diciendo que él había
salido a Argentina y regresado. Es decir, no estaba detenido ni en condición de
desaparecido. La madre de Miguel Ángel Acuña informó entonces en tribunales que
recibió una carta oficial diciendo que su hijo había sido liberado. Cuando ella
acudió a la dirección que le había informado su hijo en que se encontraba,
constató que Miguel Ángel seguía desaparecido, pues se trataba de otra persona
que tenía el mismo nombre.
En julio de 2002, la Corte de Apelaciones confirmó
los procesamientos dictados por la jueza María Inés Collin contra los
perpetradores, pero la sentencia final llegó con 18 años de retraso, cuando
Contreras, Moren Brito y Romo ya estaban muertos, y Manzo -aunque nunca fue
inculpado- también había fallecido.
Arturo Barría tenía 38 años, era comunista, docente y
dirigente gremial. Profesor de música en el Liceo Darío Salas, era
concertista en piano y docente universitario. Fue detenido el 27 de agosto de
1974 junto a su alumno de cuarto medio, Roberto Meneses y
otras profesoras del mismo liceo, tras participar en el funeral de un
estudiante donde junto a los asistentes cantó La Internacional y gritó
consignas. Prisionero en Tres Álamos, protegió al joven estudiante detenido y
formó un coro para alentar a los presos. El periodista Mario Aguilera, quien sobrevivió a la cárcel y a la
tortura, relató en su declaración judicial que el 12 de septiembre el profesor
cantó el Ave María de Schubert en homenaje a las Marías detenidas. El salón de
actos del aguerrido Liceo Darío Salas lleva el nombre de su profesor de música.
La investigación de su desaparición la desarrolló el ministro en visita Hernán
Crisosto, quien condenó a un grueso número de perpetradores, pero el fallo
final cambió radicalmente la sentencia.
Bernardo de Castro, 36 años, dibujante técnico de
profesión, fue detenido el 14 de septiembre de 1974. Descrito por uno de sus
tres hijos como “militante del PS/MIR, artista, dirigente sindical, locutor
radial y jugador de fútbol”, pocos días antes de su detención sus compañeros
habían lanzado volantes con la imagen del presidente Allende. Bernardo los
había dibujado y luego él mismo había hecho la matriz para su reproducción. La
investigación de su detención y desaparición la inició el juez Juan Guzmán en
2004 y solo tuvo el fallo definitivo 16 años después.
Edwin van Yurik tenía 20 años, estaba casado con Bárbara
Uribe, de quien era su “polo opuesto”. La amaba profundamente. Descrito por uno
de sus compañeros como “tranquilo, reflexivo, comprometido, de lo mejor del MIR
del Manuel de Salas”, militaba en la estructura de informaciones. Fue detenido
el 10 de julio de 1974, presumiblemente cerca de Irarrázaval. Llevado
inicialmente a la cárcel secreta de la DINA de Londres 38, luego lo trasladaron
a otra cárcel secreta: Villa Grimaldi. Allí, como resistía la tortura y se
negaba a delatar a sus compañeros, le pasaron una camioneta por encima de sus
pies. Las heridas no sanaban y debieron amputarle una de sus piernas. El horror
no terminó allí. Debió presenciar la violación de su esposa Bárbara por el agente
Basclay Zapata (el “Troglo”) y, según su hermano –
testigo, porque sobrevivió-, Edwin los escupió con la propia sangre que brotaba
de su cuerpo por los golpes recibidos.
Héctor Zúñiga Tapia tenía 27 años, era casado y
tenía una hija. Había estudiado Química y Farmacia en la Universidad de
Concepción, pero tras el golpe se vino a Santiago. Vivía en la Villa Kennedy,
en la casa de su hermano. Fue detenido el 16 de septiembre, el mismo día que su
amigo Vicente Palominos, 30 años, profesor de Química, exonerado
de la Universidad de Chile. Ambos eran del MIR y con sus conocimientos lograron
armar un taller de fotografía con el que hacían cédulas de identidad para los
militantes clandestinos. También reproducían documentos en microfilms, con
orientaciones para el trabajo político de la resistencia.
En el campo de concentración de Cuatro Álamos,
destinado a los incomunicados, ellos compartieron la pieza N° 13, tras haber
pasado por el centro de detención y tortura de José Domingo Cañas. Los
sobrevivientes de ese campo han declarado que a Héctor y Vicente los apodaron
“los matemáticos”, pues les hacían clases a los detenidos. La investigación de
estos dos casos la inició el juez Juan Guzmán Tapia quien en 2004 encargó reos
a 16 oficiales en retiro por estos y otros secuestros. Pero la sentencia final
demoró 16 años en llegar.
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Bernardo de Castro |
SENTENCIAS DE LA CORTE DE APELACIONES
En los dos últimos años la Corte de Apelaciones de
Santiago dictó otras 18 sentencias por los secuestros y desaparición de María Inés Alvarado, Carmen Bueno, Rubén Arroyo, Francisco Bravo, Juan Chacón, Darío Chávez, Martín Elgueta, Héctor Garay, Néstor Gallardo, Isidro Labrador, Eduardo Lara, Zacarías Machuca, Juan Carlos Perelman, Teobaldo Tello, Enrique Toro, Rodrigo Ugas, José Villagra y Humberto Ziede.
En estos mismos dos años se han mantenido varadas
en la Corte de Apelaciones de Santiago las sentencias emitidas por la
detención, torturas y desaparición de Sonia Bustos, Víctor Arévalo, Bladimir Arias, Modesto Espinoza, Antonio Cabezas, Carlos Gajardo y Carlos Pérez V.
SIN SENTENCIAS NUEVAS DE PRIMERA
INSTANCIA
Entre 2018 y 2020 no se dictó ninguna sentencia de
primera instancia para hacer justicia con las víctimas de la “Operación Colombo”. Están a la espera de su revisión
por la Corte de Apelaciones, 18 sentencias de primera instancia dictadas entre
2017/2018 y que se refieren al secuestro y desaparición de: Cecilia Castro, Francisco Aedo, los
hermanos Juan y Jorge Andrónico Antequera, Jaime Buzio, Mario Calderón, Roberto Chaer, Rodolfo Espejo, Albano Fiorasso, Luis Fuentes, Gregorio Gaete, Mauricio Jorquera, Alejandro Olivares, Pedro Poblete, Isidro Pizarro, Marcos Quiñones, Sergio Reyes y Gilberto Urbina. (Nota
de la autora: el 1 de Noviembre de 2020, falleció la madre de los hermanos Andrónico,
sin tener siquiera una sentencia de primera instancia por el doble secuestro y
desaparición).
En las demandas por los secuestros de Ariel Salinas y Gary Olmos hay
acusación formulada en 2017, pero no hay sentencia. Entre los casos que desde
2018 tienen hechores procesados, pero sin acusación, están: Asrael Retamales, Jorge Antonio Herrera y Sergio Lagos. Sin procesados está el caso del albañil
de Las Rejas Sur, Eduardo Alarcón. Y en la impunidad
total permanecen los secuestros y desaparición de Violeta López (secretaria de la Sociedad de
Autores Teatrales de Chile), Juan Bautista Maturana (comerciante), Edgardo Morales (dirigente sindical de la
Corporación de Mejoramiento Urbano CORMU), Leopoldo Muñoz (futbolista
del barrio Lo Valledor), Ramón Núñez (estudiante
de la ex UTE hoy USACH) y Carlos Salcedo (estudiante
de Sociología).
Las sentencias que aquí se informan se han logrado por el trabajo de los abogados de Derechos Humanos y la constante presión y movilización del “Colectivo 119” integrado por familiares y compañeros de las víctimas, junto a otras organizaciones de Derechos Humanos que han impactado positivamente en el Poder Judicial, forzándolo a nominar ministros especiales encargados de las causas de Derechos Humanos. Pero la impunidad sigue hoy y en el horizonte y no solo por los criminales que han sido liberados desde Punta Peuco.
LOS “PAPERS” DE LA DINA
La “Operación Colombo” aun
esconde muchos secretos. De hecho, permanecen en la impunidad otros crímenes
asociados según consta en los únicos “papers” de la DINA
conocidos hasta ahora, descubiertos en Buenos Aires, como recordó la
periodista Mónica González en julio pasado en el conversatorio “45 años de la ‘Operación Colombo’. Discusiones desde la actualidad”. En esa actividad
fue organizada por el Centro de Estudiantes de la Escuela de Derecho y la
Facultad de Filosofía de la U. de Chile. Fui una de las panelistas, junto al abogado Francisco Bustos, la
académica Carla Peñaloza y la periodista Mónica González, quien trabajó como
periodista de investigación en dictadura en las desaparecidas revistas Cauce y Análisis. En el
conversatorio, Mónica rememoró sus
hallazgos del año 1986 en Argentina.
Investigando el asesinato del General Prats,
encontró un expediente judicial del que fuera jefe de la DINA en Buenos Aires,
Enrique Arancibia Clavel (asesinado en esa ciudad en abril de 2011) y que
prueban cómo se gestó la “Operación Colombo” y su participación en ella. Mónica
González logró – “por majadera” según su testimonio – que un juez transandino
le diera acceso al Archivo Judicial donde se conservaban tres cajas de
documentos que se le incautaron a este agente al ser detenido y acusado de
espía el 4 de noviembre de 1978, durante el grave conflicto limítrofe entre
ambas dictaduras.
Estos son los únicos archivos secretos de la DINA
conocidos hasta ahora. Arancibia Clavel había conservado esos documentos como
garantía de autodefensa ante la justicia argentina: para demostrar llegado el
momento que no era un espía, sino un importante eslabón en la colaboración de
los servicios de Inteligencia de ambos países para “eliminar disidentes”. Allí
hay notas a mano y otras que describen desde su inicio la “Operación Colombo”, algunas escritas a mano por el
general (r) Raúl Iturriaga Neumann, hoy preso en Punta Peuco y aspirante a ser
liberado. Un peritaje caligráfico determinó la autoría de Iturriaga respecto de
esas notas.
Arancibia Clavel (Luis Felipe Alemparte era su
chapa en la DINA) declaró a las autoridades argentinas que se contactó con el
entonces mayor Iturriaga en junio de 1975. Los documentos que Mónica descubrió
y grabó en ese juzgado bonaerense, fueron solicitados en 1992 a la justicia
argentina por el ministro instructor de la Corte Suprema chilena, Adolfo
Bañados, e incorporados en el proceso por el asesinato del Orlando Letelier
para ilustrar las conexiones internacionales de la DINA.
En esos documentos hay listas de desaparecidos que
incluyen algunos nombres y cédulas de identidad de personas que no figuran en
la Lista de los 119. En el conversatorio de julio pasado, Mónica González
reveló que incluso en estos días, está declarando ante la justicia argentina
por casos relacionados con fotos de víctimas mencionadas en el marco de
la “Operación Colombo” que hasta hoy no han sido
identificadas, y cuyos cuerpos aparecieron quemados en Argentina.
Un proceso abierto recientemente busca identificar
a los responsables de la desaparición y muerte de dos jóvenes
socialistas, Jaime Robotham (que sí figura
en la lista de los 119) y Claudio Thauby (mencionado
en los DINA papers). Familiares de ambos, hoy
jóvenes abogados, son quienes abrieron estos procesos.
La “Operación Colombo”,
según los archivos de la DINA en poder de Enrique Arancibia Clavel, se inicia
con maniobras para encubrir el asesinato y desaparición del ingeniero
comunista David Silbermann, gerente general
de Chuquicamata durante el gobierno de Allende (quien no figura en la lista de
los 119).
En una de las listas en poder del agente DINA,
Arancibia Clavel, figuran los nombres de 21 detenidos desaparecidos, entre
ellos el de mi prima, Marcela Soledad Sepúlveda
Troncoso. Su nombre no figura en la lista de los 119 pero su
secuestro y desaparición, obra de Osvaldo Romo entre otros, permanece hasta hoy
en la más absoluta impunidad.
Marcela Sepúlveda tenía 18 años cuando fue detenida el 26 de
junio de 1974 por Osvaldo Romo y otros agentes de la Dina. Todo sucedió cuando
ella esperaba a su padre en el cruce de Santa Rosa, un camino de la localidad
rural de Lampa, al norte de Santiago. Debían irse juntos a la parcela donde se
refugiaron tras la detención de su mamá, Blanca Troncoso, quien permanecía
detenida y torturada en Londres 38, pero Marcela nunca llegó a la casa amiga. A
la mañana siguiente, sus secuestradores la llevaron hasta el domicilio de la
familia que la acogía en Lampa y se llevaron su máquina de escribir Olivetti y
varios esténciles, materiales usados entonces por la Resistencia para hacer
volantes de denuncia de los crímenes. En una primera serie de fake news, Romo confundió a la familia de Marcela dando
información falsa: les aseguró que ella estaba a salvo. Ello demoró las
gestiones de denuncia, las que solo se iniciaron tras la expulsión y exilio de
la madre de Marcela.
La joven era originaria de Parral y estudiaba
Educación Diferencial en la U. de Chile. Sus estudios secundarios los hizo en
el Liceo 7 de Providencia donde participó en actividades del Frente de
Estudiantes Revolucionarios. Marcela integró una delegación de la Federación de
Estudiantes Secundarios que tuvo una audiencia con el presidente electo,
Salvador Allende, en su casa de Guardia Vieja, pocos días antes que él asumiera
su cargo. La joven trabajaba políticamente en el MIR junto a Eduardo Ziede (detenido 11 días antes que ella), y
posiblemente también con Víctor Villarroel,
secuestrado un día antes que Marcela (Eduardo y Víctor sí son parte de la Lista
de los 119). No hay testimonios de la permanencia de la estudiante en prisión,
por lo que es viable suponer que fue torturada tempranamente hasta morir. En
2002, su madre interpuso una nueva querella ante el juez Juan Guzmán, sin
resultado alguno hasta ahora para esta víctima de la “Operación Colombo”.
Paco Lira, a la derecha, en embajada de Francia
EUGENIO LIRA MASSI
El “Flaco Lira”,
periodista de dilatada trayectoria en medios y la televisión, fallecido en
París a los 40 años, lejos de su esposa y de sus tres hijas, es también parte
de la oscura trama de la “Operación Colombo”.
Fue redactor político de los diarios Clarín y Puro Chile, este último periódico creado para apoyar la
candidatura de Salvador Allende. En las oficinas de Puro Chile compartimos cercanos escritorios y
cafés con el “Flaco”, quien también fue conductor de La Entrevista Impertinente en Canal 13, y autor,
entre otros libros, de “La Cueva del Senado y los 45
Senadores”.
La mención de Lira Massi por el diario La Tercera como “víctima” (citada al inicio de
esta investigación), arranca de la falacia desarrollada en el único número de
la revista argentina Lea, en el artículo
“La Vendetta Chilena”. La Alianza Anticomunista Argentina Triple A y la DINA,
fabricaron en Buenos Aires esta revista fantasma, que señala que el factor
determinante de la denuncia de las eliminaciones entre izquierdistas fue “la extraña muerte del periodista en su departamento de París”.
En el artículo se habla de “un plan de ejecución
materializado en una feroz cacería a lo largo y ancho de las tres Américas y
Europa”, llevado a cabo por miristas y socialistas.
Según los papeles de la DINA encontrados en 1978 en
la casa de Enrique Arancibia Clavel en Buenos Aires, el autor de este artículo
es Gerardo Roa Caballero, entonces agregado de prensa en
la embajada de Chile en Brasil. Roa desarrolla esta trama apuntando a una
venganza de la que habría sido víctima Lira Massi, ya que se aprestaba a
publicar un libro revelando intimidades de la UP y disputas por el manejo de
fondos de los exiliados en el exterior. Ello “ha determinado el inicio de
acciones de limpieza y silencio realizadas en Argentina, Colombia, México y
Francia”. En esa misma edición de LEA está la
lista con 60 de los nombres que integran la lista de los 119 Los otros 59
aparecieron en el diario O’Día de
Curitiba).
Mónica González recordó en el conversatorio ya
citado, que en 1992, ya en democracia, descubrió que Gerardo Roa era el jefe de
Relaciones Públicas del entonces intendente Luis Pareto; y que su secretaria
era María Alicia Uribe (“Carola”), ex mirista, quien una vez que es detenida se
convierte en delatora y colaboradora de la DINA y funcionaria del Ejército
posteriormente. Cuando la periodista regresó para llevar a Roa a declarar ante
la Comisión Rettig, como habían convenido tras el primer encuentro, el ex
agente la amenazó con tomar represalias sobre sus hijas, exhibiendo sus
fotografías tomadas en Francia, donde ellas residían. No logró amedrentarla: la
historia fue publicada en el diario La Nación. Pero la
impunidad siguió su curso a lo largo de los años. Porque Gerardo Roa siguió
siendo durante un tiempo el jefe de Comunicaciones del intendente Pareto. Solo
“Carola” desapareció de esas oficinas.
LA “OPERACIÓN FRANCIA”
El caso de Eugenio Lira, presentado oportunamente
por su esposa, Estela Molina, a la Comisión Rettig que investigó las
desapariciones y ejecuciones en tiempos de dictadura, fue declarado “caso sin
convicción”. El periodista Víctor Osorio, en el libro Morir es la Noticia de
Ernesto Carmona Editores, cita en su crónica sobre Lira Massi a su colega Edwin
Harrington. En un artículo publicado en 1990 en la revista Nueva Voz, Harrington sostenía que el profesional “habría sido asesinado por medio de un plan denominado ‘Operación
Francia’ (de la DINA) y pudo haber muerto por gas sarín –que provoca efectos
neurológicos- en relación con la llegada a París de Bernardo Conrads
Salazar (cédula de identidad 4.132.356-6), un funcionario de seguridad de la
dictadura. En la fecha, además, el agente Michael Townley había viajado desde
Chile a París y su regreso al país fue posterior al hallazgo del cadáver”.
Francia era un importante foco de atención
internacional de la DINA, ya que allí residía gran número de exiliados
chilenos. Harrington cita como una de sus fuentes principales un informe del
FBI, pero en 1990 el pedido de información de la familia a la embajada
norteamericana sobre ese informe no tuvo ningún resultado positivo.
De los chilenos asilados en la embajada del país
galo en Chile luego del golpe militar, el “Paco” Lira fue el último en obtener
el salvoconducto para viajar a Francia. Había sido el primero en ingresar y
contó siempre con el aprecio y apoyo del embajador Pierre de Menthon,
recientemente fallecido, quien tenía claro que, para Pinochet, Lira Massi era
un personaje muy odiado. El Bando N° 10 publicado el 11 de septiembre por la
Junta Militar incluyó el nombre de Lira Massi entre las 95 personas que debían
presentarse de inmediato al Ministerio de Defensa.
Los restos del periodista fueron cremados y traídos
desde París en 1979 por monseñor Enrique Alvear, vicario de la zona Oeste del
arzobispado de Santiago, para ser sepultados en el Cementerio General. Cristina
Lira, prima de Eugenio, residente en Francia y varada en Chile por la pandemia,
estudia la forma de abrir una investigación sobre las causas del deceso.
LA AUTOPSIA Y EL INFORME POLICIAL
Después de múltiples gestiones, hace algunos años
Cristina Lira tuvo acceso al informe de la autopsia que le practicaron a Lira
funcionarios del Instituto Médico Legal francés. “Tiene las firmas de los
doctores Garat y Deponge. Son dos informes y un complemento. Y se agregan 18
páginas del informe policial. El informe toxicológico no revela venenos, ni
contenido importante de alcohol en la sangre. En el informe se describe el
color del cerebelo como rosado, lo que un médico que consulté interpreta como
insuficiencia respiratoria”.
Según Cristina, en la autopsia no está explicitada
la causa de muerte, pero de la lectura de los informes policiales, ella deduce
que la piel estaba destruida a solo tres días de su fecha de muerte (cuando fue
encontrado su cuerpo) lo que ella considera extraño. John Dinges, reputado
investigador y autor de “Operación Cóndor: Una Década
de Terrorismo Internacional en el Cono Sur”, con quien Cristina
compartió los hallazgos de la autopsia, le comentó que el caso presenta
similitudes con el crimen -también ejecutado por la DINA- del diplomático
español Carmelo Soria, en julio de 1976. En 2019 tras una tenaz lucha de
Carmen, la hija de Soria, por justicia, fueron condenados apenas a 6 años, los
ex jefes de la DINA Pedro Espinoza y Raúl Iturriaga Neumann. Habían
transcurrido ya 43 años del crimen.
Concluye el mensaje de whatsapp de Cristina Lira: “El reloj de pulsera de Eugenio se paró el 8 de junio de 1975, a las 9.30 de la mañana, en París. ¡Increíble!”
Este artículo fue publicado por primera vez en https://www.ciperchile.cl/2020/10/21/las-nuevas-incognitas-que-deja-la-operacion-colombo-la-fake-news-de-la-dina-de-1975/ .
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